jueves, 23 de septiembre de 2010

¿Quién decide lo que está bien y lo que está mal moralmente?

Esta pregunta se plantea en la película Dogville, la primera obra de la trilogía Estados Unidos del danés Lars von Trier. La estética de la cinta recuerda a las formas y la interpretación del teatro pobre de  Jerzy Grotowski. Es tal la austeriadad utilizada, que el mismo escenario se delimita con trazos de tiza.  Así el pueblo donde se desarrollan los hechos, Dogville, queda reducido a una espacio semiotizado que enfatiza tanto su carácter hermético, como la personalidad de cada uno de sus habitantes. Bien cerradas como todas y cada una de las puertas de este recóndito lugar.
El argumento de la película se centra en cómo la joven Grace, que llega a Dogville cargada de prejuicios,  se percata de que el poder corrompe la naturaleza del ser humano. Es en el pueblo donde la fragilidad de la extranjera se magnifica ante unos habitantes moralmente correctos.  El abuso y el maltrato que llevarán a cabo estos personajes no será visto de forma más violenta que un campesino desahogándose con una vaca.
 Es en el último capítulo cuando la protagonista se pone en la piel de los habitantes de Dogville y entiende su modo de actuar. Viven bajo una condiciones forjadas por su marco social. Como iba a odiarlos por lo que en el fondo era sencillamente debilidad, seguramente ella también hubiera hecho lo mismo que le habían hecho a ella de haber vivido en alguna de aquellas casas. Pero en el momento en el que la luz de la luna envuelve la escena, la joven entiende que aquella aldea debe ser enjuiciada y condenada.  Se vislumbran todos y cada uno de los defectos presentes en el lugar. No podemos apelar al determinismo para dejar a un lado una moral que quedaría vacía, tenemos una libertad por encima y más allá de ser una simple causa deudora de una serie de condicionamientos contextuales.
 El hombre esta condenado a ser libre,  esta frase del existencialista Jean Paul Sartre describe el problema moral que nos plantea la “ciudad de perros” de von Trier . Los ciudadanos de Dogville tenían la opción de haber obrado de otra manera, pero no lo hicieron: la exclavizaron, la violaron y la maltrataron. La amistad que podía existir entre la chica y el pueblo se rompe con el estallido de la porcenalana  a sus pies. Esta actuación merece ser castigada, piensa. Los ve débiles, no les otroga suficiencia moral en la elección de sus actos, pero la luz de la luna hace libre a los habitantes. Ahora es ella quien dicta qué está bien y qué está mal.  El cambio de manos del poder viene  marcado por la entrada en escena de su padre. Él le echa en cara su arrogancia al tener tan altos valores morales.  En un comienzo, cuando llega a esa ciudad de perros, que ella encuentra encantadora por la sencillez de sus gentes, quien decide lo correcto o incorrecto son los vecinos de Dogville, que se reúnen en asamblea para decidir si la fugitiva debe quedarse a vivir en el pueblo o no. 
¿Cómo han pasado de ser sentenciadores a sentenciados? La respuesta es fácil. Ahora ellos no poseen el poder, que parece otorgar válidez moral a quien lo disfruta. Es la explicación de por qué no es moralmente incorrecto la violación de una persona sobre la que la sociedad obstenta poder. Es la explicación a por qué no es moralmente incorrecto que se mate a un pueblo sobre el que una persona obstenta poder. 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

5 mejores fotos y otras tantas peores

                                                   Buenas                                                      Malas