domingo, 17 de octubre de 2010

Carta de una desconocida - Invisibilidad



“Me miraste sorprendido. Y yo te miré silenciosamente. ‘¡Que me reconozca, que me reconozca!’, gritaba mi mirada. Pero en tus ojos no había sino una especie de amable e inconsciente sonrisa. Me besaste otra vez. No me reconociste.”

La historia del austriaco Stefan Zweig nos arrastra hasta la piel de una mujer desconocida, tanto para R., como para el lector, en una obra donde el anonimato permanece constante, forzando a la relación entre el “tú” y el “yo”.

Prevalece el querer y no poder, el soñar. Ese sentimiento paralizante que nos es familiar a tantos. ¿Por qué nos atacamos de esa forma, por qué nos reprimimos ante un placer? ¿Por qué esa opresión?
Por su propia naturaleza estas dudas nos llevan directamente a las teorías de un simpático personaje, importante  protagonista del periodo entreguerras en el que aparece Carta de una desconocida: Sigmund Freud. Utilizamos el sentimiento de culpa, pronunciado por el super-yo en nuestro inconsciente, como declaración del miedo a la pérdida del amor.

“Hubieses tenido la sospecha y una sombra, una ligera desconfianza hubiérase interpuesto entre tú y yo. En cuyo caso, yo te conozco,- te conozco mejor que tú mismo- sé que hubiera significado un peso en tu amor.”

Esto aparece perfectamente reflejado en la obra pictórica de 1933 Magia Negra realizada por René Magritte. Se muestra a una bella mujer, que al mismo tiempo suscita y padece deseo, deseo que en ningún caso puede efectuarse. Se materializa de cintura hacia abajo, manteniendo los pies en la tierra, apresados por los deberes terrenales. El principio de realidad aparece en contraposición al principio del placer, que consiste en el logro de las pulsiones y deseos frente a la opresión del yo.

La eterna amante ha permanecido oculta, escondida al ojo de su amado, invisible ante él. Lo invisible entendido como la insuficiente percepción de lo visible, como un no ver lo que está ahí mostrándose.  Como una yuxtaposición de objetos cognoscibles. Nuestra desconocida se ocultará, permanecerá invisible, está ahí, tras un ramo de rosas blancas, que no dejan ver, y que exigen ser retiradas, pero que no lo son, hasta el momento de su muerte, en el que las retira, escribe su carta, y se revela.